Supongo que en mi casa, bueno, en mi casa de cuando era pequeña, la casa de mis padres, pasa lo que en casi todas las casas cuando hay fiesta, que todo se celebra comiendo, y, aunque no haya nada que celebrar, pues también se come, porque comer bien, con todas las personas que quieres a tu alrededor, también es una fiesta.Y no es que en mi casa seamos unos zampabollos, no por Dios!, pero que nos gusta comer, comer bien, picar, el aperitivo, las cervecitas, el vermut, el sentarnos a la mesa e ir sacando poco a poco hasta que te das cuenta de que casi has comido con sólo el aperitivo...
Pero bueno... que me desvío!
El caso es que como todo se celebra comiendo, pues recuerdo, un poco entre nubes la verdad, que un año, durante las Fiestas, a mi madre se le ocurrió la idea de contratar a una señora que le ayudase en la cocina, porque sabía que la casa se le iba a llenar de gente, y ella no estaba muy por la labor de ponerse el delantal el primer día y quitárselo el último (normal, a mi tampoco me apetecería por mucho que me guste cocinar).
Pues yo tendría... unos cuatro o cinco años.
Recuerdo que la señora esta tendría unos 50 años más o menos (o eso me parecía a mí, que con cuatro años todo el mundo me parecía mayorcísimo, y lo mismo tenía 30, pero no creo, porque una chica de 30 no hace lo que hizo esta señora). Era corpulenta y tetona, no muy alta y con el pelo moreno recogido en un cocote (en un moño, vamos). Lo que se llama una carrasqueña. Así, recia, de carácter serio y decidido. De las que se arremangan y se lo ven todo hecho!. Pues de esas.
Pues uno de esos días por la mañana, bajé a la cocina con mi pijama y mis zapatillas, y con el conejito de punto que me hizo mi abuela para dormir, y allí estaba ella, de pié, seria, mirando a un conejo (de los de verdad), que tenía en el suelo de la cocina con las patas atadas para que el pobre no pudiera echar a correr.
Me miró y me dijo: "Hoy comemos arroz con conejo"
Y sin mediar más palabras, se agachó, agarró al conejo y le metió tal coscorrón con el puño cerrado que no sólo es que lo dejara tieso!, es que la cabeza del conejo salió volando por los aires, chocó contra la ventana de la cocina y luego contra la puerta del frigorífico, y vino a caer... donde? a mis pies!!!
No me acuerdo de nada más. A partir de ese momento sólo me acuerdo del chillido que me pegué.
Pobre conejo.... y es que yo por aquel entonces, al conejo lo veía así:
Creo que por eso el conejo no me hace demasiada gracia....
Lo he visualizado...no sé si eso es bueno pero es así jajjajajajjaj.
ResponderEliminarEs muy tierno y me resulta muy familiar eso de mezclar la cocina con todas las vivencias de nuestra vida. Porque además hace que los recuerdos tengan olores, sabores e incluso texturas.
Me gusta como vives la cocina Pk.
Gracias Aza y Feliz Cumpleaños!!
ResponderEliminarRossela me ha venido a la mente una imagen de mi infancia muy muy parecida. Mi madre no sé en qué estaba pensando pero compró un pollo. Si, un pollo de esos camperos que se suponen buenísimos para caldito y gazpachos y esas cosas. El caso es que para el asesinato del animalito optó por la decapitación (no me preguntes detalles pero algún salvajismo de sacarle la sangre). El caso es que el bicho en cuestión salió andando por la cocina sin cabeza y a mi eso se me quedó grabado en la mente de por vida. Comer pollo como, pero si me acuerdo de aquello me entra un repelús.....
ResponderEliminarLas madres antes hacían cosas muy raras Lola....
ResponderEliminarCon lo fácil que es ir a Mercadona y comprar un pollo, así, tan mono, en una bandeja...
jajaja
Si nos oyen las madres o las abuelas seguro que se ponen a gritar... "Sacrilegioooo!!!" jajajajaja
Cuando tenía 6 ó 7 años pasaba los veranos en casa de mi abuela materna. Un día nos dio a mi prima y a mí 100 pesetas para que fuéramos a comprarnos un par de pollitos.
ResponderEliminarLos tenía en el patio y me encantaba jugar con ellos. Si no me encontraban por casa es que estaba jugando (o incordiándolos.... siempre fui un trasto) con ellos aunque fueran las 4 de la tarde en pleno agosto.
Se acabó el verano y mi abuela se vino a pasar un temporada con nosotros a Madrid, así que encasquetamos a mis pollitos a mis otros abuelos, los paternos, ya que mi madre en casa no los quería ni en pintura.
Cada vez que iba a ver a mis abuelos, pasaba más tiempo con los pollos que con ellos, y eso que ya estaban creciditos y ya no eran los pollitos chiquitos que me gustaban tanto.
Pero la última vez que pensé en ellos, fui corriendo al patio a ver si ya se habían convertido en gallos, cuando no los vi por ningún sitio. Busqué, busqué y rebusqué y ahí no había rastro de pollos, así que le pregunté a mi abuelo qué dónde estaban mis pollos. Recuerdo que él me dijo que se habían hecho tan grandes que se habían escapado por la noche. Ilusa yo me lo creí, y me senté a comer.
Curiosamente ese día comí Pollo al ajillo.
No sé si será por esto o por qué, pero el pollo nunca ha sido una comida que me entusiasme, por no hablar del caldo de pollo.... el mejor "café con sal" que conozco.
Atún! qué alegría verte por aquí!!
ResponderEliminarUn beso!
Espero verte más a menudo... eh?
Me contaron hace poco una historia parecida, pero con un pavo que tenían como mascota de un grupo de rock.... en fin.... pobre Lennon!! jajaja