Me
levanté con la sensación de haber descansado profundamente, con el ánimo
renovado por un sueño reparador y la energía suficiente para empezar el día que
comenzaba y que prometía tranquilo.
Era
una apacible mañana de sábado de principios de la primavera de 2010. El sol todavía no estaba en lo más alto y no
había ni una sola nube en el horizonte que hiciera presagiar los
acontecimientos que voy a relatar.
Los
sábados por la mañana me gusta desayunar tranquilamente mientras hago la lista de la compra, y apunto
mentalmente los menús y nuevos platos que quiero preparar la semana siguiente.
Miro libros de cocina, unto aceite en la tostada, anoto “patatas” en la lista,
bebo un sorbo de café… miro el reloj, ve acabando que se te hace tarde, vuelvo
a mirar otro libro…
Aproximadamente
una hora después de haber empezado mi desayuno me puse una cazadora, me acabé
de anudar mis viejas zapatillas, agarré el bolso, me puse mis inseparables
gafas de sol, y subí al coche.
El
camino al supermercado no fue tan soso como de costumbre, algo cambió. No
podría decir si fueron señales de lo que se avecinaba, pero hubo algunos
detalles que me llamaron la atención en el trayecto. Los mismos 21 semáforos de
siempre, eso no hay manera de que cambie por mucho acontecimiento que vaya a
vivir… pero sí me fijé en que esa mañana
los deportistas mañaneros que hacen footing iban agrupados en lugar de correr
en solitario como de costumbre, además uno de los grupos que vi era de tres y
los tres iban de rojo, rojo cangrejo…. En uno de los semáforos cruzó una abuela
bastante fatigada llevando de la mano a 4 niños, enganchados unos a otros
formando una cadena y corriendo y empujándose los unos a los otros. Los niños
también iban de rojo. 20 de los 21 semáforos me pillaron en rojo, rojo cangrejo…
Una
vez en el supermercado todo transcurrió sin incidentes. Ya tenía en el carro
todo lo apuntado en la lista, excepto el pescado, que siempre lo dejo para el
final. Supongo que a él le da igual estar fuera del hielo media hora más que
menos, pero a mi no. Manías. Me dirigí al mostrador de “Pescadería” y… allí
estaban. Los cangrejos de río. Apelotonados y luchando por escapar de la
rejilla que los mantenía convenientemente encerrados en la caja de poliexpán.
Algunos lo habían conseguido y correteaban entre las almejas y los mejillones
como haciendo motocross, arriba y abajo, cayendo y revolcándose por el hielo.
Uno incluso se cayó mostrador abajo y corría por el suelo del supermercado más
despistado que James Bond en Disneylandia.
Me fijé
en ellos irremediablemente porque siempre los vendían ya cocidos. El 56! Yo!.
Ponme unos cangrejos…
Ahí
empezó todo.
La
pescadera me dijo que antes de cocinarlos debía tirar de la aleta central de su
cola hasta arrancarla, porque así salía la tripa y no amargarían luego. “Cápalos!”
dijo. Bien, lo entendí y, con cuidado de no tocar la bolsa porque se movía como
endemoniada, metí los cangrejos en el carro y me dirigí a la Caja.
Estaba
contenta. Me encantan los cangrejos en salsa americana y eso era lo que iba a
hacer con ellos.
Al
llegar a casa metí la nerviosa bolsa en el fregadero de la cocina y me
empezaron a entrar las dudas. La aleta, se quitaba cuando? Vivos?? No, vivos
no, no?? O sí?? “Cápalos! Quítales la aleta antes de cocinarlos”, eso dijo, así
que tendría que ser… vivos!! Y estaban muy vivos!!
Me
puse unos guantes y abrí la bolsa con dos dedos y los brazos estirados todo lo
posible. Los cangrejos cayeron en tropel al fregadero y empezaron a corretear
como locos intentando escapar. Intenté agarrar uno pero movía la cola
desesperado y yo no acertaba a tirar de su aleta, además…. Me daba pena el
pobre (y miedito, por qué no admitirlo), así que para no ver su carita de
agobio le eché un paño de cocina por encima y lo agarré bien. Pero seguía sin
acertar y para colmo una de las puntas del paño se metió en el fregadero y
todos los cangrejos empezaron a trepar y a saltar del fregadero al suelo, a la
encimera, a la cocina, a mis pies, a….. AAAARRRRRRGGGGGGG!!!! Como pude los
volví a meter en el fregadero pero ellos ya sabían lo que era la Libertad y
luchaban más que nunca por conseguirla!
Con
la cuchara de servir la pasta los fui metiendo de nuevo en la bolsa. Ahora,
encerrados de nuevo, ni podría quitarles la aleta ni podría cocinarlos… Pero…
qué hacer??
Me
estaba agobiando.
Cápalos!
Cápalos! Retumbaba en mi cabeza… Intentaba pensar, pero el ruido de los
cangrejos aporreando la bolsa no me dejaba.
Vivos??
Aiiiisssssssss……
No podía!! Era superior a mis fuerzas (no a las suyas, que seguían como ninjas
a coletazos con la bolsa!)
Cómo
les iba a hacer Eso vivos??
Tendría
que matarlos sin cocinarlos, pero cómo? A tortazos?? Me parecía un poco
violento.
Y
por fin se me encendió la bombilla y maquiné una muerte dulce, o por lo menos
lo menos violenta que se me ocurrió.
Cerré
la bolsa y los metí en el congelador.
Esperé
hasta el día siguiente…
24
horas congelados. Estaban como piedras. Los saqué y dejé que se descongelaran
sobre la encimera de la cocina. Estarían crudos, pero muertos y podría
caparlos. JA!. Bueno, no me mires así!
Son cangrejos! Jo!
Salí
de la cocina y decidí esperar en la terraza, aprovechando el buen tiempo y
haciendo unas llamadas, fumando un cigarrito, mirando el correo (todo facturas,
ya nadie escribe)… Me relajé y cuando había pasado un tiempo más que suficiente
para que se hubieran descongelado, volví hacia la cocina y… Pasó!
(Aquí
va una música tipo “Tiburón”)
Uno
de los cangrejos me estaba esperando en la puerta!!! Seguro que fue mi
imaginación, pero le vi un cuchillo entre los dientes!!
Los
demás bajaban, o mejor se tiraban cual orcos desde la encimera al suelo,
aullando gritos de guerra!!
No
habían muerto!!! Espeluznante.
Di
un paso atrás. Por un instante me flaquearon las fuerzas, casi me da un vahído
y no sentía las piernas. Pero eran ellos o mi salsa americana bien picante. O
sea, mi salsa.
Empecé
a gritar yo también y corrí hacia ellos.
Fue
duro pero lo conseguí.
Esta
vez los tuve una semana en El Agujero (léase congelador).
El
sábado siguiente, al abrir el cajón del congelador juraría que se oía la música
de “El Resplandor”… Pero esta vez sí, estaban fiambres.
FIN
(Lo
del levantamiento de los cadáveres, el CSI y el asunto del capado os lo ahorro,
que se que lo agradeceréis)
Historia basada en hechos reales. Cualquier coincidencia con la realidad es pura verdad.
Genial, sencillamente genial. He visto la sucesión de escenas, las he vivido. Y me he reído muchísimo. Como para comprar cangrejos, después de esto...
ResponderEliminarNo sé de qué, pero la verdad es que a mi esta historia me suena de algo. ¿No crees?
ResponderEliminarEs una historia plagada de humor y con la que he pasado un buen rato, te he imaginado perfectamente armada con delantal de cocina y cuchara de madera en el momento en el que los Cangrejos te esperaban en la puerta...
Ains... Yo no podría...
¡Pero como buen universitario no me puedo permitir cangrejos! ¡Así que esos sustos que me ahorro! Además, que en mi casa habría una batalla titánica entre mi erizo Hemingway y un Cangrejo de Río (Tipo Krabby de pokémon).
Muy chula la historia, pero va a comprar cangrejo vivo quien yo te diga... Que miedito...
Historia preciosa y fantástica, mezcla de humor, miedo, tensión y casi terror, me ha encantado la narración........saludos paco
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